
Retrato de Martín Salmerón Ojeda. Autor: José María Guerrero. Acervo del Museo Nacional de Historia. Castillo de Chapultepec @Museodehistoria
Para el profesor Luis Aguilar Nava, cronista de Chilapa el Grande.
Por su amistad y generosidad.
A principios de noviembre de 1796 un episodio insólito alteró la cotidianidad de los habitantes de la capital del virreinato de la Nueva España, el cual quedaría grabado en la memoria colectiva por varios años. No hablo de la magna celebración del cumpleaños de Carlos IV, cabeza de la monarquía española; tampoco de la del día de San Carlos Borromeo, patrono de la Real Academia de San Carlos. Se trató de la presentación del hombre más alto hasta entonces registrado en los anales de la historia novohispana, quien llegó acompañado de un capitán muy bajo de estatura “regordete, cabezón, con grandes patillas rojas”. Debieron haber formado una pareja muy singular. El suceso fue consignado en su diario por José Gómez, alabardero del palacio virreinal, así como por la Gazeta de México. Según esta publicación,
fue presentado al Excelentísimo Señor Virrey y posteriormente en algunas de las principales Casas Martín Salmerón, Mestizo, natural del Pueblo de Chilapa, de edad 22 años, cuya estatura es verdaderamente extraordinaria. Consta de 2 varas 3 cuartas y 2 pulgadas [aproximadamente 2.225 metros], de regular aspecto, y en todas las partes de su cuerpo proporcionado.
El virrey, Miguel de la Grúa de Talamanca, Marqués de Branciforte, otorgó permiso al gigante para que en los días siguientes cobrara por las exhibiciones que haría en las mansiones de las acaudaladas familias que las solicitaran y a las cuales fue trasladado en carruaje escoltado por soldados. También realizó una demostración en la Casa de Moneda, donde manipuló el volante de la máquina para sellar monedas que regularmente requería la fuerza de ocho hombres. Luego, el superintendente de dicha fábrica le pidió extender el brazo para colocar en la palma de su mano dos tejos de oro de aproximadamente 75 kilos. También se organizó una pelea con José Palacios, reputado como el hombre más fuerte de la capital, a quien el gigante venció con la misma facilidad que un adulto lo hace con un niño.
Esta visita a la Ciudad de México permitió al coloso pasar a la posteridad. El 18 de noviembre fue llevado al edificio del Ayuntamiento y en presencia de los capitulares y un escribano fue medido y retratado en tamaño natural por José María Guerrero, reconocido pintor y maestro de la Real Academia de San Carlos. En la parte inferior derecha del cuadro se agregó una cartela con sus medidas y rasgos físicos:
Es trigueño, de buena faz, ojos aceitunos, ceja delgada poblada, frente angosta, pelo negro, nariz acordonada, boca regular, belfo el labio superior, de poca barba, pequeña oreja, con dos lunares al pie del clavo de la barba; y aunque de pulsación regular se le notan fuerzas extraordinarias.
En 1826 el Ayuntamiento capitalino donó el retrato del gigante al Museo Nacional de México, fundado un año antes. Ahí lo admiró en 1843 el viajero estadounidense Albert M. Gilliam. En la década de 1860, dice Guillermo Prieto, era el único de su tipo existente en esta institución. Durante el porfiriato, en dicho Museo, formaba parte de una sección de teratología, es decir, de retratos de personas deformes. Después de la Revolución Mexicana se le perdió la pista, hasta 1998, cuando se redescubrió en una bodega del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Luego de dos años de restauración pasó a formar parte del acervo del Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec. ¿Quién fue ese célebre gigantón? ¿Cómo era la vida de un hombre de tales dimensiones? Les cuento.
* * *
Martín Antonio Salmerón Ojeda nació el 1º de febrero de 1770 en el rancho de Tlamixtlahuacán, perteneciente a la villa de Chilapa el Grande, cabecera de la Alcaldía Mayor del mismo nombre y actualmente parte del estado de Guerrero. Sus progenitores fueron José Santiago Salmerón y Ojeda y Dominga Gertrudis de Ojeda. Tuvo nueve hermanas y seis hermanos; así como dos medias hermanas resultantes de un matrimonio previo de su padre. Heredó el nombre de su abuelo materno, nativo de la ciudad de Oaxaca, pero residente en Chilapa y casado con Guadalupe Covarrubias.
La familia Salmerón era de condición modesta. El padre trabajaba en el rancho de Tlamixtlahuacán, patrimonio a la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen de Chilapa. Cuando Martín tenía tres años, su papá fue contratado como mayordomo en el rancho de Acalco, perteneciente a uno de los latifundios más extensos de la región, propiedad de la familia Meza. Así, el pequeño Martín vivió su infancia entre montañas y barrancos, dedicado a la agricultura y a la vaquería. Ocasionalmente acudía a la cabecera, Chilapa, a visitar a sus abuelos. Su alimentación fue la misma que la de otras personas de su época, región y condición social. Los primeros veinte meses de vida fue amamantado por su madre, luego adoptó la dieta estándar consistente en maíz, chile, frijoles y yerbas. Rara vez comía carne. Sólo durante la festividad de San Isidro Labrador, patrono del rancho, y cuando la familia acudía a alguna fiesta. Como en el lugar no había escuela, nunca aprendió a leer ni escribir.
El gigantismo se manifestó al iniciar su adolescencia. Martín comenzó a adquirir conciencia de él, debido a que cuando visitaba a sus abuelos era objeto de señalamientos entre burlones y maravillados que lo avergonzaban. Como consecuencia, se acentuó su personalidad tímida e introvertida y poco a poco fueron disminuyendo sus viajes a la casa de sus abuelos. Prefería quedarse en el rancho de Acalco donde trabajaba como vaquero, con un salario mensual de cuatro pesos y una fanega de maíz. Con su descomunal fuerza podía doblegar a un novillo de tres o cuatro años o cargar en hombros dos reses muertas. Se le prohibió lazar yeguas y mulas, pues las jalaba con tanto vigor que las fracturaba, incluso llegó a matar a una. Durante una visita al vecino pueblo de indios de Ayahualulco tuvo un altercado con ocho hombres quienes lo atacaron mientras estaba sentado sobre una roca. Sin levantarse, dejó a tres tendidos a sus pies mientras los demás se daban a la fuga. Como resultado el subdelegado de Chilapa, Benito Jacobo de Andrade, le prohibió regresar a aquel pueblo.
Cuando el joven gigante contaba con 20 años, el virrey de la Nueva España, Juan Vicente de Güemes, Conde de Revillagigedo, ordenó que se realizara un censo general de la población. Se corrió el rumor de que el propósito era incorporar a los varones jóvenes a las compañías de milicias encargadas de la defensa del virreinato. Temeroso de ser reclutado, Martín suspendió definitivamente sus visitas a Chilapa y se recluyó en el rancho de Acalco de donde sólo salía al amparo de la noche. Sus patrones, parientes y paisanos rara vez lo veían, aunque mucho hablaban de él.
En 1793 llegó a Chilapa un nuevo párroco, José Nicolás Maniau y Torquemada, quien muy pronto escuchó hablar de Martín Salmerón. Picado por la curiosidad pidió que llevaran al gigante a su presencia, pero transcurrió casi un año para que accediera a bajar a Chilapa y presentarse ante el sacerdote. Sobre este primer encuentro, Maniau y Torquemada escribió lo siguiente: “Admiré su grande cuerpo, compadecí su pequeña alma, y con el objeto de hacerlo feliz, le propuse conveniencia en mi casa con triple interés del que tenía de vaquero en el rancho para hacerlo correr mundo, después de haberle dado la educación que le faltaba”. Martín rechazó la propuesta, convencido de que sería obligado a enrolarse en la milicia.
El párroco de Chilapa no cejó en su empeño y dos años después, en 1796, consiguió su propósito. Por intermediación del capitán Juan Navarro, administrador del latifundio de la familia Meza, convenció al joven gigante de viajar a la Ciudad de México. Navarro se convirtió en su patrocinador y compañero de viaje. Hay que subrayar que dicho capitán era también el patrón de Martín y de su familia, por consiguiente, es probable que haya ejercido presión para persuadir al joven de marchar a la capital del virreinato. El hecho es que ese viaje cambió radicalmente la vida del gigante de Chilapa.
La curiosidad e interés de los habitantes de la Ciudad de México y la habilidad del capitán Juan Navarro proporcionaron una ganancia neta de quinientos pesos, luego de pagar los gastos de manutención, vivienda, traslado y la compra de un traje de húngaro y otro de charro que el gigante utilizó para sus presentaciones. Sin embargo, Navarro se quedó con el dinero y, por consiguiente, Martín tuvo que demandarlo ante las autoridades para exigir su pago. De cualquier modo, la experiencia ayudó a que se despojara del temor a salir del rancho de Acalco y animara a emprender largos viajes.
En 1798 decidió realizar un nuevo viaje para ayudar a sus padres, quienes estaban enfermos y sin dinero, según dijo al Virrey en su solicitud de la licencia respectiva. Realizó una gira hacia el rumbo de Orizaba y Xalapa, pasando por la Ciudad de México y Puebla, aunque se negó a bajar al puerto de Veracruz, a pesar de una oferta de cien onzas de oro. Quizá por la fama de insalubre que pesaba sobre dicho puerto. De regreso a la Ciudad de México, en mayo de 1798, consiguió nueva licencia del Virrey para llevar a cabo otra salida a Tierra Adentro, presumiblemente por el Bajío. No se conocen el itinerario y los pormenores del viaje, sólo que volvió a Chilapa con tres caballos de buena calidad y más de dos mil pesos de ganancias, luego de haber entregado una cantidad igual a su acompañante, un hombre recomendado por Juan Bulnes, acaudalado comerciante de la Ciudad de México y quien tal vez lo patrocinó.
En 1800 partió rumbo a la ciudad de Oaxaca y de ahí se dirigió al Reino de Guatemala, a cuya capital arribó el 13 de agosto. En la Gazeta de Guatemala se registró la visita del gigante chilapeño a la Ciudad de Guatemala e hizo el comentario que sigue sobre su aspecto:
Estos desmedidos tamaños están bien organizados, que en juicio de los Anatómicos es de los cuerpos que más puntualmente guardan entre sí las debidas proporciones, y lejos de tener alguna de aquellas aunque pequeñas imperfecciones, que hacen deforme el cuerpo por otra parte mejor dispuesto, presenta el de Salmerón el de un hombre perfecto en todas sus dimensiones y estructura, y bajo cuyo brazo extendido horizontalmente pasa con libertad la persona de mayor altura que se conoce en esta capital; pero a pesar de sus gigantescos tamaños es tan frugal y parco en el alimento, que se sustenta con menor cantidad de la que necesita para su nutrición otra cualquiera persona; y aunque su genio es amable y de un temperamento pacífico y sincero, en cuanto estas prendas son compatibles con una educación rústica cual le concedió su cuna, conserva con todo cierta gravedad natural que no deja de sorprender a primera vista.
Hay noticias de que en la Pascua de 1807 se exhibió en Tlalpan de San Agustín de las Cuevas, actualmente perteneciente a la Ciudad de México. No se sabe de alguna presentación posterior. Tal parece que prefirió disfrutar la riqueza acumulada gracias a su extraordinaria estatura. Pasó la mayor parte de su tiempo en Chilapa y en el rancho de Acalco, que ya le pertenecía, hasta que la guerra llegó a turbar su apacible vida.
Como se dijo, el rancho de Acalco era parte de un extenso latifundio propiedad de la familia Meza, cuyos integrantes varones fueron en su mayoría sacerdotes. El último de ellos murió en 1800. Unos años antes habían designado como su apoderado al capitán Juan Navarro, quien se convirtió así en patrón de Martín y su familia. Navarro tenía la encomienda de vender las tierras del latifundio. Así se generaron las condiciones para que, entre 1798 y 1799, el gigante comprara en seis mil pesos el rancho de Acalco, seguramente con las ganancias obtenidas en su gira de 1798. La transacción fue motivo de otro conflicto con Navarro que también llegó a los tribunales. El capitán vendió al subdelegado de Chilapa, Benito Jacobo de Andrade, el paraje del Jagüey que Martín consideraba parte del rancho. Tal parece que el gigante perdió el litigio. Afortunadamente, su capital le permitió comprar también un solar con valor de 300 pesos en Chilapa. Según el párroco Maniau de Torquemada, los beneficios provenientes de la riqueza del gigante se extendieron a su numerosa familia que había pasado de sirvienta a propietaria. Nada mal.
Si en nuestros días causa asombro una persona desmesuradamente alta, a pesar de que las noticias sobre el gigantismo ya no son tan insólitas y de que poseemos explicaciones científicas para esa condición, imaginemos cuan sorprendente debió serlo antes del siglo XIX. Se estima que la estatura promedio para los hombres nacidos en la década de 1770 era de 1.63 metros, por tanto, podemos sospechar qué tan extravagante resultaría el gigante chilapeño, con sus 2.23 metros. Como se dijo, no hay noticias de que en la Nueva España hubiera existido un gigante anterior a Martín Salmerón.
Para algunas personas de aquellos años la existencia de Salmerón podría ser un resabio de los gigantes que, según la biblia, habitaron la tierra antes del diluvio; o bien, de aquéllos que supuestamente consignaron las crónicas toltecas. En consonancia con las ideas ilustradas y el racionalismo de la época, los individuos cultos sostuvieron que el gigante era un ejemplo de los fenómenos que excepcionalmente produce la naturaleza. Tampoco faltó quien sospechara que la explicación del gigantismo pudiera estar en la alimentación. Fue el caso de Antonio de Mora y Peysal, Intendente de Oaxaca, que en 1800 escribió al párroco de Chilapa para consultarle acerca de la alimentación recibida por Salmerón desde su infancia.
Para la mayoría de las personas el gigante de Chilapa era, sobre todo, motivo de asombro, miedo, fascinación y morbo. Les inquietaba saber cómo resolvía los problemas de la vida cotidiana y, por supuesto, qué podía hacer con su fuerza. La información de las gacetas de las ciudades de México y Guatemala buscaba satisfacer algunas de las preguntas recurrentes. En 1796 se informó que Salmerón estaba comprometido con María Rodríguez, diez años menor que él y de “figura positivamente fea y de cuerpo más grueso que grande”. Ello sugiere que había interés en saber si conseguiría pareja y quién sería la valiente mujer que accedería a casarse con él. El compromiso con María era cierto, incluso se hicieron públicos los esponsales, pero se cancelaron a petición de la novia, debido a que, según el párroco de Chilapa, “los dio urgida del miedo en ocasión en que estando sola, la vio Martín y se empeñó en que había de darle mano, prenda y palabra”. Tal parece que, tristemente, entre las mujeres el gigante inspiraba más miedo que amor. Martín no se dio por vencido. Insistió y de algún modo persuadió a María de casarse con él. Debieron haberlo hecho a principios de 1801, pues ese año nació Rafael, su primer hijo. Cuatro años después vino al mundo su hija Juana.
La guerra que inició Miguel Hidalgo en 1810 muy pronto llegó a la villa de Chilapa el Grande. El gigante fue convocado -o quizá forzado- a combatir a los insurgentes, al lado de su antiguo patrón, el capitán Juan Navarro. En mayo de 1811 las tropas lideradas por José María Morelos y Pavón atacaron la vecina población de Tixtla, defendida por las fuerzas realistas de esta villa y las de Chilapa. Ahí estaba el gigante.
Ignacio Manuel Altamirano nos legó la crónica más prolija de ese 26 de mayo, elaborada con los recuerdos de los lugareños que participaron o atestiguaron el combate, y aderezada con el talento e imaginación literaria del escritor tixtleco. El capitán Juan Chiquito, como apodaban a Navarro, presentó a Salmerón ante los comandantes realistas que defendían la plaza, Joaquín de Guevara, Lorenzo Garrote y Nicolás Cosío, así como ante el párroco del lugar, Manuel Mayol. Según Altamirano, el gigante era “de aspecto bonachón, trigueño, lampiño y vestido de granadero. Con casaca y pantalón verdes con vivos rojos y gran shacó adornado de un largo chilillo que casi llegaba al techo”.
Los jefes realistas decidieron colocar al gigante en la primera línea de batalla para infundir pavor entre las tropas insurgentes. Su presencia no tardó en ser notada por Morelos que, intrigado, pidió informes a Vicente Guerrero. El cura insurgente encomendó al joven capitán Luis Pinzón la tarea de aprehender vivo a Martín. En el fragor de la batalla y mientras los realistas huían ante la acometida de los insurgentes, Pinzón logró manganearlo, maniatarlo y llevarlo ante Morelos. El sacerdote dijo a Martín:
Le perdono a usted la vida, porque es usted un fenómeno extraordinario de la naturaleza, y porque sé que es usted un hombre pacífico, a quien han obligado los gachupines a pelear contra nosotros. Quedará usted libre luego que hayamos tomado la plaza; pero le prevengo, que si vuelvo a encontrarlo en las filas enemigas, no he de ser tan benigno.
Según Carlos María de Bustamante, los prisioneros fueron enviados al presidio que Morelos había mandado construir en Zacatula, cerca de Zihuatanejo, aunque no precisa si se incluyó al gigante.
En agosto del mismo año, las fuerzas realistas acantonadas en Chilapa intentaron recuperar Tixtla, pero fracasaron. En la huida fue herido de bala el capitán Juan Navarro que murió al llegar a Chilapa. Así terminaron los días de este hombre cuya vida estuvo ligada a la del gigante durante muchos años.
Morelos estuvo en Chilapa de agosto de 1811 a abril de 1812, cuando salió en campaña rumbo al territorio que actualmente constituye el estado que lleva su nombre. En junio de 1812 sus fuerzas, luego de romper el sitio de Cuautla, se dirigieron nuevamente a Chilapa. Un poco antes de llegar, en los llanos de Zitlala y Acatlán, se enfrentaron y derrotaron a las tropas leales a la Corona española. Se hicieron 300 prisioneros entre los cuales estaba el gigante. Al llegar a Chilapa, Morelos ordenó fusilar a uno de cada diez prisioneros, pero excluyó del castigo a Martín, gracias a que un “hombre de corporatura extraordinaria merecía la indulgencia y consideración que las producciones exóticas de la naturaleza» […]
Según Nicolás Bravo, el gigante estuvo tres meses en el presidio de Zacatula, luego se incorporó al ejército insurgente como escolta de Morelos hasta que, debido a una enfermedad, se regresó a su rancho, donde murió en 1813. Como se acostumbraba, fue enterrado en el templo parroquial de Chilapa, cerca de la sacristía. Al morir tendría 42 ó 43 años. Son las últimas noticias que tenemos del célebre coloso.
La presencia de Martín Antonio Salmerón Ojeda dejó profunda huella en la memoria colectiva. Aún vivía cuando su recuerdo era ya referencia para designar realidades semejantes a la suya. Por ejemplo, el 26 de noviembre de 1805 en la Ciudad de México se mató un novillo de inusual tamaño y peso apodado Salmerón, en evocación del gigante. Durante la guerra de independencia, en Guanajuato se hizo célebre el guerrillero insurgente Tomás Baltierra, también apodado Salmerón, por la misma razón que el cuadrúpedo.
Los habitantes de Chilapa, especialmente los de la cuadrilla y comisaría de Acalco, continúan contando las historias de Martín Salmerón que se transmiten de generación en generación. En 2016 el Museo Nacional de Antropología e Historia expuso el retrato del gigante. Por ahora se conserva guardado en espera de ser exhibido nuevamente. A casi 250 años de su nacimiento el gigante de Chilapa sigue causando asombro.
Sugerencia para citar este artículo:
Hernández Jaimes, Jesús, “Gran bestia y fenómeno extraordinario de la naturaleza. Martín Antonio Salmerón Ojeda, el Gigante de Chilapa, 1770-1813”, en Estante abierto. Revista electrónica de historia y política, publicado el 19 de julio de 2019, 9 pp. Disponible en https://estanteabierto.com/ [consultado el 20 de julio de 2019]
Querido Jesús:
Muy interesante tu artículo que nos acerca a la vida de las postrimerías de la colonia. Muchas felicidades por esta iniciativa, seguro tendrás mucho éxito.
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Muchas gracias, querida Josefina. Saludos afectuosos.
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Estimado Jesús, felicidades por tu artículo sobre el Gigante Salmerón. Localicé una referencia que confirma que estuvo en Guanajuato el 9 de junio de 1798, aunque no especifica qué exhibiciones hizo. La encuentras en Lucio Marmolejo, Efemérides guanajuatenses o datos para formar la historia de la ciudad de Guanajuato, edición facsimilar de la de 1908, pról. de Carlos Armando Preciado de Alba, Universidad de Guanajuato, Guanajuato, (Col. Pasos del Tiempo núm. 4), 2015, vol. 2, t. III, p. 14.
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¡Excelente! gracias, apreciado Moisés.
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Que tal, muy interesante tu articulo soy un Maestro en Historia egresado hace 2 años de la BUAP, queria preguntarle sobre el documento de Jose Nicolas Maniau y Torquemada. Descripcion del gigante Martin Salmeron. ya que veo que pone una cita textual, si sabe si se puede conseguir en algun lado,o si esta disponible en algun repositorio electronico. Soy de Xalapa, Veracruz y Jose Nicola Maniau era originario de aca, gracias y espero su respuesta.
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Hola Enrique, dame tu correo electrónico y te envío el documento. Gracias por leer. saludos.
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Hola como estas perdon por contestar hasta ahora, mi correo es mahistoria2016@outlook.com, para que por favor me envies el documento de Maniau de la descripcion del gigante., pues tengo pensado hacer un trabajo de la familia Maniau aqui en Xalapa, saludos. cordiales.
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Excelente, escrito con mucho tacto. Hasta Humboldt se refiere a él en Ensayo Politico sobre el reino de la Nueva España: «De estatura 2 2/3 lineas de Paris es hijo de un mestizo que caso con una india del pueblo de Chilapa el Grande cerca de Chilpancingo».
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