A la memoria de Octavio Navarrete Gorjón. Luchador social incansable, escritor y cronista de Coyuca de Benítez, Gro.
Poco se ha escrito sobre la presencia y legado de la población asiática en Nueva España (y en México). Su proporción fue ínfima dentro del total de habitantes, sin embargo, en Acapulco y sus alrededores tuvo cierta importancia en virtud de que fue el punto de su desembarco. Un paseo por lo barrios de Coyuca de Benítez, y una pizca de perspicacia, bastan para advertir la ascendencia asiática de sus moradores. Los ojos rasgados se armonizan con la piel morena y el pelo rizado o lacio, evocando los siglos de historia en que se anudaron las raíces africana, asiática, española e indígena, como en ninguna otra parte de México. En los apellidos también reverbera ese pasado. Abundan los Tumalán, Nambo, Maganda, y Dimayuga. Son apenas un atisbo del legado oriental, debido a que durante el periodo colonial los chinos, que no eran de China, fueron obligados a adoptar la religión católica, así como nombres y apellidos hispanos.
Las personas asiáticas desembarcaron de la Nao de China o Galeón de Manila durante los siglos XVI y XVIII como esclavos o miembros de la tripulación. Eran originarias del sureste asiático, la India y, sobre todo, de Filipinas, entonces parte del imperio español. Con ellas también llegaron gentes nativas de África. Esclavos negros e indios chinos se internaron y dispersaron por la Nueva España. Algunos se fueron asentando en el puerto y sus alrededores. Vale aclarar que se llamaba negros chinos a los esclavos de piel negra que llegaron por esta ruta, aunque tampoco provenían de China, sino de Nueva Guinea, Indonesia, Madagascar y de la región de Cafrería ubicada, principalmente, en el actual Mozambique, en África oriental. Negro Cafre, designaba al esclavo originario de esta región. Con el tiempo, el vocablo cafre pasó significar, según el diccionario de autoridades de 1726: “hombre bárbaro y cruél”.[1] Conserva ese significado hasta la fecha. En México también alude a los automovilistas imprudentes y agresivos, es decir, bárbaros o salvajes.
Según la historiadora Déborah Oropeza Keresey, la mayoría de los indios chinos que vivieron en la jurisdicción de Acapulco entre los siglos XVI y XVIII trabajaban como esclavos en las haciendas cacaoteras de la región. Fueron llevados para suplir a la población indígena, cuyo número descendió dramáticamente a consecuencia de las epidemias introducidas por los españoles. Convivían con los esclavos africanos introducidos a través de la ruta Veracruz-Ciudad de México. La población libre, compuesta por indios y negros chinos, formó pequeños caseríos por el rumbo de Coyuca. Fundaron también un barrio en el puerto mismo, que podría ser el que hasta la fecha se conoce como de Guinea, en alusión a Nueva Guinea, de donde algunos eran originarios. Según un testimonio de 1619, los indios filipinos o manilos acudían a la feria de la nao de China para convencer a los grumetes de su mismo origen étnico de quedarse a cultivar cocoteros en las fértiles tierras costeras. Se cree que la palma de coco llegó de Filipinas a Colima en 1568, llevada por Álvaro Mendaña, y luego se extendió por ese lado de la costa. Se abrió así un área de oportunidad para los filipinos que contaban con una larga experiencia en el cultivo del cocotero y en la producción de tuba, una bebida espirituosa que alegra el corazón. Para ello, “cortan el racimo de cocos cuando están pequeños, y va por el pezón, destilando el zumo o jugo que había de criar los cocos, el cual recogen con unas calabazas, y cada día cortan de él una pequeña parte tan delgada como un real de a dos para que no se endurezca su remate y deje de manar.”[2]
La llegada de los chinos a la Nueva España estuvo ligada, pues, al cultivo de la palma de coco y al cacao. Uno de los principales introductores de esclavos chinos durante la primera mitad del siglo XVII fue el capitán Pablo de Carrascosa, encomendero y alcalde mayor de Acapulco, así como principal terrateniente de la región durante esa época. En 1647 en su hacienda más extensa, la de Nuestra Señora del Buen Suceso, ubicada entre las repúblicas de indios de Coyuca y Atoyac, tenía 20 esclavos de los cuales 12 eran chinos.
Los chinos libres arrendaban tierras, propiedad de los hacendados españoles. Algunos vivían dispersos en la campiña, otros se avecindaron en las repúblicas de indios de la región y se casaron con mujeres indígenas y mulatas. Su condición de minoría exótica, que quizá fue motivo de una doble o triple discriminación, impulsó a algunos indios filipinos a formar comunidad en tierras de la Hacienda de Nuestra Señora del Buen Suceso. Los fundadores, según una versión, llegaron al sitio a fines del siglo XVI. Poco a poco fue tomando forma el pueblo, que llamaron de San Nicolás Obispo o San Nicolás Tolentino, pero sería mejor conocido por los lugareños como San Nicolás de los Chinos. No se tiene noticia de algún otro pueblo en la Nueva España fundado y habitado exclusivamente por indios manilos, como también se les conocía. Como se dijo, algunos se insertaron en las repúblicas de indios, donde llegaron a ocupar puestos importantes. Por ejemplo, en Huitzuco, al norte del actual estado guerrerense, a fines del siglo XVII un indio filipino se desempeñaba como gobernador.
San Nicolás de los Chinos pugnó y consiguió de las autoridades de la Nueva España su reconocimiento como pueblo de indios, filipinos, obviamente. Así, en 1744 tenía su propio alcalde, Pedro Zúñiga, un chino criollo, es decir, nacido ya en Nueva España a diferencia de los chinos manilos. Ese año, Zúñiga afirmó que el barrio de San Nicolás tenía una canoa en que salían a pescar y, en ocasiones, ponían al servicio de los transeúntes para cruzar el río de Coyuca. El pueblo,
Tuvo principio desde los antiguos tiempos de que los indios philipinos que venían de Manila en el Galeón anual ínterin se acercaba su retorno se iban desde el Puerto a abrigar en aquel paraje por ser cómodo por poco distante y como se fuesen quedando muchos de ellos y casándose con indias de otras poblaciones se fue aumentando de tal manera que hoy se compone de muy crecido número de familias e individuos y es una formal reducción con su capilla y en ella los correspondientes adornos con sus casas, solares huertas y pedazos de tierra en que siembran arroz, maíz, algodón y cogen frutos de cuya suerte se mantienen.[3]
Según la información que, por órdenes del Virrey Pedro de Cebrián y Agustín, reunió el geógrafo José Antonio de Villaseñor y Sánchez, en 1746 vivían en San Nicolás de los Chinos 120 familias. Si cada una constara de cuatro integrantes, el número total debió ser de casi 500 habitantes.
Por esos años los indios manilos mantenían un litigio con las monjas del Convento de la Limpia Concepción de la Ciudad de México, propietarias de la Hacienda de Nuestra Señora del Buen Suceso. Es probable que las religiosas hayan adquirido la propiedad como resultado de un censo (especie de hipoteca) que, en 1646, le impuso Pablo Carrascosa. Quizá dejó de pagarse la suma de dinero correspondiente y, por tanto, la hacienda habría sido embargada en favor de las religiosas. La poca o nula rentabilidad de la hacienda del Buen Suceso, debido a la falta de mercado para el cacao que se cultivaba en ella, motivó que las religiosas no se interesaran por el usufructo de la hacienda y la mantuvieron abandonada por muchos años. Esto provocó que muchos individuos pobres la ocuparan para sembrar y construir sus viviendas sin pagar renta alguna. Los habitantes de San Nicolás tampoco pagaban nada.
En 1757 las monjas vendieron la propiedad a José Sánchez García, tesorero de las cajas de la Real Hacienda en Acapulco, en dos mil ochocientos pesos. Los habitantes de San Nicolás de los chinos se negaron a reconocerlo como propietario. Hacerlo habría implicado la aceptación de pagar una renta por sus parcelas y por el suelo que ocupaban sus viviendas, que, según ellos, nunca entregaron al convento. No obstante, el nuevo propietario aseguró que debieron haber pagado cincuenta pesos anuales. Luego de dos años de litigio, Sánchez García propuso vender la hacienda a los indios filipinos al mismo precio que la había adquirido, es decir, en dos mil ochocientos pesos. De aceptar, los manilos pagarían ochocientos pesos en un plazo de un mes y los otros dos mil al cabo de un año con un interés del cinco por ciento. Además, debían compensar a Sánchez García con ciento cincuenta pesos por los gastos del juicio. El pago de la alcabala, es decir el seis por ciento del monto de la transacción, también correría por cuenta de los indios filipinos. En caso de rechazar la propuesta, debían reconocer al propietario y pagar la renta o bien desalojar el terreno. En 1759 optaron por reconocer a Sánchez García como propietario de la hacienda y pagarle una renta anual de ciento setenta y cuatro pesos. El caso se reabrió posteriormente ante el incumplimiento de pago.
En 1765 José Sánchez García había muerto. Su hijo y heredero, José Sánchez Espinosa, era aún menor de edad, por consiguiente, tenía como albacea y tutor a Juan Antonio Cervantes, quien reinició el litigio contra el pueblo de San Nicolás de los Chinos. Los arrendatarios se negaban a pagar porque, decían, los dueños no habían tomado posesión formal de la hacienda y no la cultivaban. Argüían tener derechos sobre el suelo que ocupan, prueba de ello era que todos los vecinos lo conocían como “la tierra de los chinos”. Para contrarrestar el primer alegato, en 1769 se otorgó posesión formal a Sánchez Espinosa. No obstante, no hubo manera de obligar a los ocupantes a pagar la renta.
José Sánchez Espinosa optó por la vida eclesiástica y su madre, quien residía en la Ciudad de México, no tenía intención de continuar poseyendo la problemática hacienda del Buen Suceso. Por lo tanto, en 1800 la vendieron a Juan José Galeana en cuatro mil cincuenta pesos. La transacción no incluyó las tierras de San Nicolás de los Chinos ni otras ocupadas por diferentes individuos. Ello constituyó, de hecho, el reconocimiento de que los chinos criollos, es decir nativos ya del lugar, eran legítimos propietarios de las tierras. Sus mexicanos descendientes siguen ahí, en el barrio de San Nicolás, municipio de Coyuca de Benítez, Guerrero, México.
[1] Diccionario de autoridades, 1726-1739, disponible en http://web.frl.es/DA.html
[2] Citado por Rolf Widmer, Conquista y despertar de las Costas de la Mar del Sur, 1521-1684, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990, p. 142.
[3] Citado por Déborah Oropeza Keresy, “Los ‘indios chinos’ en la Nueva España: la inmigración de la nao de China, 1565-1700”, Tesis de doctorado, México, El Colegio de México, Colegio de México, 2007, p. 101.
Bibliografía consultada y recomendada
Hernández Jaimes, Jesús, Las raíces de la insurgencia en el sur de la Nueva España, la estructura socioeconómica del centro y costas del actual estado de Guerrero durante el siglo XVIII. México, Editorial Laguna, Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri, H. Congreso del Estado de Guerrero, 2002.
Oropeza, Keresey, Déborah, “Los ‘indios chinos’ en la Nueva España: la inmigración de la nao de China, 1565-1700, Tesis de doctorado, México, El Colegio de México, Colegio de México, 2007.
Velázquez, María Elisa y Ethel Correa, “Negros, morenos y chinos en Acapulco colonial: Diversidad cultural y perspectivas de análisis”, en Africanos y afrodescendientes en Acapulco y la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. Suplemento del Boletín Diario de Campo, INAH, núm. 42, marzo-abril de 2007, pp. 22-27.
Widmer, Rolf, Conquista y despertar de las Costas de la Mar del Sur, 1521-1684, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990, p. 142.
Sugerencia para citar este texto:
Hernández Jaimes, Jesús, “Los chinos manilos en las Costas de Guerrero: origen del pueblo de San Nicolás, de Coyuca de Benítez”, en Estante abierto. Revista electrónica de historia y política, septiembre de 2020, [Consultado el día/mes/año] estanteabierto.com
Exelente crónica mi querido Jesús, además de completa y veridica. Constatado por una descendiente de esa fascinante raza asiatica. Felicidades 🤗
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Vuelvo a felicitar, ahora por este medio al Maestro Jesús Hernández por estos ensayos tan particulares y enriquecedores. Los Guerrerenses estamos agradecidos cuando investigadores como Jesús se concentran en las micro historias que pocos se animan a escudriñar pero que son esenciales a nuestra historia regional y nacional.
Saludos a Fanny Nambo y le dejo a ella y a todos los lectores sobre los Filipinos en Guerrero mi email pinzonx@gmail.com ya que estoy investigando a los descendientes de estos marinos del Galón y les solicito su colaboración sobre sus familias.
Quedo a sus órdenes. Ricardo Pinzón.
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