Que linda la sanmarqueña que domeña con honor, tiene en sí tal dulce encanto, que con llanto inspira amor La San Marqueña, canción escrita por el Pbro. Emilio Vázquez Jiménez

Foto tomada de: https://es.m.wikipedia.org/wiki/San_Marcos_(Guerrero)
Durante el siglo XIX, en armonía con la obsesión por el progreso, los gobiernos hispanoamericanos promovieron el arribo de migrantes europeos para ocupar las abundantes y fértiles tierras. Estaban convencidos de que éstos, al contagiar su presunta laboriosidad y superior cultura, contribuirían al desarrollo general de las sociedades autóctonas, integradas mayoritariamente por indígenas, mestizos y mulatos. En México, salvo escasas excepciones, semejantes proyectos fracasaron. Muy lejos quedaron del éxito alcanzado en Sudamérica, en particular en Argentina y Uruguay. Una de las experiencias fallidas tuvo por escenario las tierras de la Hacienda de San Marcos, en la Costa Chica del estado de Guerrero, habitada, entonces y ahora, por gente morena descendiente de indígenas y esclavos africanos. Les cuento la historia.
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La Hacienda de San Marcos se constituyó durante el siglo XVII sobre la planicie costera oriental del estado de Guerrero; más tarde incluyó también parte de la Sierra Madre del Sur. Colindaba, al norponiente, con la jurisdicción de Acapulco; y, al suroriente, con el río de Copala. En 1681 su dueño era Juan de Gayo y Azoca. En 1778 los herederos de éste la vendieron a Francisco Palacios Castillo, cuya familia la traspasó en 1810 a Juan María Mauricio, vecino de Chilapa. En alguna fecha posterior a 1820 pasó a manos un indeterminado convento de la Ciudad de México. Probablemente como consecuencia de alguna hipoteca u obra pía que dejaron de pagar los dueños de la propiedad.
A principios de 1857, unos meses después de la promulgación de la Ley de Desamortización de Bienes Corporativos, Juan Álvarez, (presidente interino de México entre octubre y diciembre de 1855) denunció la hacienda de San Marcos como propiedad corporativa y pidió al Ministerio de Hacienda que se le adjudicara. Declaró que la propiedad pertenecía a “un convento de la ciudad de México”, pero estaba baldía. Fue valuada en quince mil pesos. Álvarez, sin rivales en la subasta, la ganó con un tercio de descuento sobre el precio de tasación, es decir, en diez mil pesos. Según la ley, como denunciante de la propiedad tenía derecho a otro descuento de una octava parte sobre el precio de venta. De este modo, el “excelentísimo señor comprador” sólo debería pagar 8,750 pesos. No hay constancia de que se haya presentado algún representante del incógnito convento, sólo de que Álvarez pagó 900 pesos a la Hacienda Pública correspondientes a la alcabala del seis por ciento sobre el precio de venta. Por consiguiente, es probable que el expresidente sólo haya entregado dicha suma. A su muerte, en 1867, la hacienda pasó a su hijo Diego, quien, ocho años más tarde, la vendió al norteamericano Enrique Kastan en 20,000 pesos. En 1877 éste la traspasó en 82,500 al gobierno federal, que la destinó a la creación de una colonia de europeos.
El gobierno de Porfirio Díaz encargó al ingeniero Jacobo Blanco el deslinde y medición de las tierras de la Hacienda de San Marcos. Resultó que medía 194,438 hectáreas. Dentro de ella se ubicaba la municipalidad de San Marcos, cuya cabecera homónima contaba con poco más de 1,200 personas. Le seguían en importancia los pueblos de Cacahuatepec y Tecoanapa. Además había numerosos ranchos y dispersos caseríos habitados por mulatos, descendientes de indígenas y de esclavos africanos que habían sido llevados a la zona durante los siglos XVI y XVII. Evidentemente Juan Álvarez mintió cuando señaló que la hacienda estaba deshabitada.
Con el fin de proveer la fuerza de trabajo que requerirían los colonos, el proyecto contemplaba también el traslado de los kikapoo o kikapoas, indígenas seminómadas que estaban asentados temporalmente en Santa Rosa, Coahuila. Ocuparían la parte montañosa de la hacienda y los europeos la costera. En efecto, llegaron a la hacienda en junio de 1881, sin embargo, pocos meses después fueron devueltos a Coahuila por “conveniencia pública”. Resulta que el gobierno federal, a cargo ya de Manuel González, los necesitaba para que combatieran a una tribu “salvaje”, enemiga de los kikapoo.
De acuerdo con un contrato establecido entre el gobierno mexicano y José Parra y Álvarez el nueve de octubre de 1880, éste llevaría a San Marcos un mínimo de 60 familias extranjeras europeas en un plazo de ocho meses. Por cada dos o tres familias podría establecerse un individuo soltero. Se ubicarían en una extensión de 40 mil hectáreas que el gobierno vendería a Parra a un precio de 75 centavos cada una, y, éste pagaría el precio del terreno en anualidades equivalentes a una décima parte del valor total de las tierras ocupadas, a partir del segundo año del establecimiento. Debería vender a los colonos lotes de un máximo de 300 hectáreas por familia; y cien, a varones solteros, a un precio no mayor a un peso cada una pagadero bajo las mismas condiciones en que Parra lo haría al gobierno. Una verdadera ganga si se considera que el precio máximo de la hectárea equivalía al de cuatro gallinas.
Al llegar a Acapulco, las mercancías y bagaje de los colonos no pagarían impuestos, siempre y cuando arribaran en grupos de por lo menos diez familias. Durante los primeros diez años estarían exentos del servicio militar y de todo tipo de contribuciones, excepto las municipales. Asimismo, podrían importar libremente “víveres, instrumentos de labranza, herramientas, máquinas, enseres, materiales de construcción para habitaciones, muebles de uso, animales de trabajo de erra o de raza”. También podrían exportar sus cosechas sin pagar ningún arancel. La comunicación postal con sus países de origen o antiguo lugar de residencia sería gratuita. Si introdujeran un nuevo cultivo o industria serían premiados y protegidos por el gobierno. No podrían traspasar la propiedad asignada hasta que cubrieran el valor total de la misma. En caso de que abandonaran sus tierras perderían todos sus derechos y privilegios concedidos por el gobierno mexicano sin indemnización alguna.
El gobierno federal proporcionaría un préstamo colectivo de seis mil pesos a los colonos, que se entregaría a Parra dos meses después del establecimiento y sería pagado por los beneficiados en las mismas condiciones que el valor del terreno. Parra sería, a su vez, el responsable de garantizar este pago. El contrato podría ser cancelado en caso de no completar las sesenta familias en el plazo estipulado; si los contratos establecidos entre el concesionario y los colonos no se ajustaban a lo dispuesto; si Parra no entregaba una fianza de mil pesos en un plazo máximo de tres meses o si traspasaba el contrato sin el consentimiento del gobierno.
Tanto el gobierno mexicano como los resonsables de empresas colonizadoras se habían percatado de que no era rentable traer colonos directamente de Europa, debido a los altos costo del transporte y manutención. Por consiguiente, como agente de colonización del gobierno mexicano, José Parra y Álvarez se trasladó a San Francisco, California, con el objetivo de reclutar colonos entre los migrantes que iban llegando a la zona atraídos por la fiebre del oro. Mandó imprimir y distribuir volantes en inglés, asimismo, contrató como su agente a un individuo de origen alemán llamado William Scheneider, quien se comprometió a trasladar 600 alemanes a Guerrero. En el volante (traducido del inglés) se decía que:
«El clima, aunque tropical, está muy atenuado en su temperatura por la altitud, así como por la proximidad del océano y las montañas, por consiguiente es muy saludable. La calidad de las tierras agrícolas es excelente, pues poseen los tres elementos necesarios: suelo, calor y humedad. Algunos de los innumerables productos pueden ser mencionados aquí. En los bosques se pueden encontrar en abundancia el PINO, ROBLE, CEDRO, CAOBA, CAUCHO, PALO ROSA, BAMBÚ, PALMERAS y muchos otros árboles. En la planicie y en los campos, uva, MANGO, NARANJA, PLÁTANO, MANZANA y CULTIVOS de productos básicos como arroz, tabaco, caña de azúcar, CAFÉ, ÍNDIGO, GENGIBRE, CACAO, ajonjolí, maíz, frijol, papas, algodón, etc. que crecen abundantemente con tres cosechas por año [mayúsculas en el original]. Los animales domésticos abundan a bajos precios. Una buena vaca puede ser comprada en $12; un caballo, en $20; una mula, en 30; gallinas, en 25 centavos; guajolotes, en 75 centavos. La harina es cara; el maíz y los frijoles baratos; los huevos, diez centavos la docena. Los habitantes son pacíficos y hospitalarios. Una familia asentada en la colonia, con un capital de digamos $200, puede asegurar un feliz y lucrativo hogar».
Según el plan anunciado, al llegar a la hacienda los colonos recibirían un préstamo de cien pesos si traían familia y 50 si eran solteros. Serían recibidos por Jacobo Blanco, quien les asignaría su respectivo lote y auxiliaría mientras se instalaban. Sin embargo, durante el deslinde no fue posible conseguir juntas las 40 mil hectáreas que se destinarían a la colonización, a consecuencia de los ranchos y cuadrillas de mulatos que había en los terrenos de la hacienda. Por consiguiente, la Secretaría de Fomento dispuso que se establecieran separadas una o más colonias de menor tamaño hasta sumar la cantidad estipulada.
Entre marzo y abril de 1881 llegaron los primeros colonos, no obstante, carecían del perfil esperado. Algunos eran comerciantes que aprovecharon la ocasión para introducir mercancías al puerto de Acapulco sin pagar impuestos; una vez que las vendieron regresaron a San Francisco. Otros, en cuanto pisaron el puerto, se dirigieron al interior del país, pues no tenían intención participar en el proyecto. Unos más llegaron enfermos y en la más profunda miseria, contraviniendo el deseo del gobierno mexicano de que se reclutaran “individuos sanos, robustos y con recursos para establecerse”. Quienes llegaron con la intención de asentarse en la promocionada colonia se desalentaron por el caluroso e insalubre clima, algunos incluso se enfermaron y retornaron a San Francisco sin visitar siquiera los terrenos. Con excepción de diez, los colonos que conocieron la hacienda se inconformaron y rechazaron las tierras ofrecidas, de modo que también retornaron a California.
El tres de mayo de 1881 Parra solicitó al gobierno federal mexicano que instruyera al cónsul en San Francisco para que le pagara su salario, pues ya no tenía fondos para la campaña de reclutamiento. Las autoridades, molestas por los resultados de la labor del agente, indicaron al cónsul que no le pagara y, en cambio, le comunicara el cese de su encomienda. Desesperado, Parra advirtió al gobierno que la decisión sería desastrosa, en virtud de que varios prospectos ya habían vendido sus propiedades y esperaban el barco rumbo a Acapulco. Solicitó que si le habían perdido la confianza lo relevaran del cargo, pero que no cancelaran el proyecto. También pidió que le otorgaran las tierras correspondientes por los colonos que había enviado, así como su salario caído. Se ignora si en efecto había individuos dispuestos a embarcarse rumbo a Guerrero, o si se trató de una mentira de Parra para proteger sus intereses. No hay duda de que el proyecto fracasó.
Hay constancia de que en julio de 1881 un tal Miguel González intentaba reclutar colonos en Nueva York para llevarlos a Guerrero, no obstante, se desconoce si el destino sería la hacienda de San Marcos. Ni siquiera hay certeza de que contara con la anuencia del gobierno mexicano. Un año más tarde la Secretaría de Fomento, a cargo de Agustín Díez de Bonilla, consultó al gobernador de Guerrero sobre la colonia. Diego Álvarez respondió que el proyecto no tenía ningún beneficio práctico, debido a que el número de colonos disminuía en lugar de aumentar. Para principios de 1883 sólo quedaban tres: Herman Holst, Emanuel Wassermann o Warman y otro de apellido Feiachel. Éste estaba internado en el hospital de Acapulco. Fue dado de alta el siete de marzo, pero ya no regresó a la hacienda. Ese mismo año Wasserman y Holst solicitaron al gobierno mexicano un ayuda de 25 centavos diarios, el primero por seis meses y al segundo por tres. Según dijeron, no habían podido vender su cosecha de algodón y su milpa había sido arrasada por la langosta. Su miseria era tanta que, ante la tardanza del gobierno en responder, el ingeniero Jacobo Blanco les otorgó la ayuda sin autorización. Ante la reprimenda de que fue objeto, Blanco adujo que los colonos lo tenían “hastiado hasta lo último y molestan de tal modo que son casi insoportables”.
Para febrero de 1884 sólo Wassermann quedaba en la colonia. Esa fecha pidió autorización al gobierno para abandonarla. Según dijo, se dificultaba trabajar, debido a que los animales salvajes y el ganado de los mulatos se comían su siembra. Como estaba solo y enfermo se había trasladado al pueblo de San Marcos. Los mulatos vecinos aprovecharon para saquear su casa y robar la cosecha. El gobierno aceptó su renuncia con la condición de que reconociera la deuda por la ayuda recibida. Ese fue el punto final del proyecto para crear una colonia de europeos, quienes, se presumió, fomentarían el progreso y desarrollo económico y tecnológico; además, contagiarían con su espíritu de empresa a los mulatos e indígenas, juzgados de manera prejuiciosa y racista como bárbaros e indolentes.
En 1894, el gobierno federal vendió la Hacienda de San Marcos a los hermanos J. Arce y Compañía en 110,000 pesos. Los comerciantes españoles avecindados en Acapulco no pagaron en el plazo estipulado, por lo tanto, en 1900 la propiedad se puso en subasta, aunque sin éxito. Con la intención de adquirir terrenos, en 1904 llegó a Tecoanapa un tal capitán Max Roull al frente de un grupo de boers, es decir, sudafricanos de origen holandés que dos años antes había sido derrotados y sometidos por los británicos. Se ignoran los pormenores de la gestión, aunque evidentemente no prosperó. Con la Reforma Agraria, resultado de la Revolución Mexicana y de la Constitución de 1917, las tierras de la hacienda pasaron a ser propiedad de los mulatos que las usufructuaban desde hacía varios siglos. Sin duda, aunque tardío, se trató de un acto de legítima justicia.
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Sugerencia para citar este artículo:
Hernández Jaimes, Jesús, «La malograda colonización europea de la hacienda de San Marcos, Guerrero, 1880-1884», en Estante Abierto. Revista electrónica de historia y política, noviembre de 2020. [Consultado el día/mes/año] estanteabierto.com
Muy excelente trabajo de investigación y aporte a la cultura sanmarqueña, ¡Enhorabuena!
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